Su aroma se hace presente en mi habitación aunque él jamás puso un pie en ella.
Quizás es esta maldita hora de la noche en la que el cerebro piensa sinceramente en la ausencia de quien solía estar y que siempre me daba por abrazarlo para despedirme de él.
Y es que ahora nuestro punto de encuentro es solamente un lugar en ruinas que solíamos tener en común.
El tiempo avanza y solamente resta conjugar todo lo que atañe a él en tiempo pretérito.
-¿Qué fuimos cuando estábamos juntos?
Siempre me lo pregunté y me lo preguntaron pero jamás pude responder, pues no éramos novios, ni amantes, ni siquiera amigos o conocidos. Siempre fuimos extraños intentando tener algo en común.
Ni siquiera me atrevo a decir que ya no somos nada, porque reitero, jamás existió un <él y yo>
Todo cambió en un abrir y cerrar de ojos.
Un momento hablábamos sobre un futuro lejano, borroso e incierto, y al instante ya no volvimos a cruzar palabra alguna.
Y eso fue todo, sin embargo, sigo parpadeando, cada vez más fuerte, por si el viento decide soplar a mi favor.
Ni promesas, ni palabras, no insultos o malas interpretaciones, solo un silencio profundo. Lo cual resume nuestra historia.
Su partida, sin adiós previo, sin despedidas o dramas, me enseñó que las antorchas palidecen y las estrellas se apagan, que su recuerdo no se desvanecerá con el humo del cigarro ni se diluirá con el café, y aprendí que la mejor solución par afrontar esta separación, será regresar a las tinieblas del olvido y la nostalgia.
Este escrito no tiene remitente, puesto que siempre peleó que hablara de él a otras personas, así que va para aquel fantasma cuya presencia invisible que me habita a ratos, no me dio garantía de audiencia para decirle lo especial que era en los mundos que siempre inventé para que pudiera dormir a gusto a esta hora, mientras yo velaba por él.
Rifado
ResponderEliminar