¿Quién
dice que la soledad no se acentúa?
De
seguro es alguien que no sabe que la ausencia lleva siempre un nombre
implícito;
Este
insomnio no lo provoca el frío, o el ruido, alguna preocupación o miedo;
sólo
es el mismo recuerdo, con el que todos los días salgo a la calle.
Y
es que todo me recuerda a ti; el café, el frío, la lluvia, las iglesias y sus
campanarios.
Todo
se transforma en un eco que retumba en mi interior,
es
tan fuerte que no me deja escuchar mis acelerados latidos.
A
decir verdad, echo de menos tu presencia, sin importar el silencio mutuo...
Aunque no me hablaras a mí.
Me
gustaba tenerte a mi lado, al menos era mejor que estar en este rincón oscuro
pensándote sin decírtelo.
Me
gustaba contarte de mis travesías, y que tú me hablaras de mil y un cosas.
Es
triste, ¿sabes?, antes de conocerte anhelaba que alguien me amara;
buscaba
el mismo amor que yo había entregado sin fervor;
y
ahora lo he conseguido, me aman sin condiciones ni preámbulos,
soy
el mundo de alguien, y eso me deja en una encrucijada...
Previo
a nuestro encuentro, no lo tenía, en cierta parte debería agradecerte,
pero
la negociación cambió, justo cuando al fin lo he conseguido, creo que yo he
dejado de sentirlo.
¡Qué
ironía!, ¿no lo crees?
También
es curioso, pues antes de ti no había experimentado el fenómeno del nudo en la
garganta,
ni
tampoco de la sensación en el estómago causada por los nervios y ansias de
verte.
Y
ahora, justo ahora con esta breve declaración me manifiesto como tuya.
Me
tienes en tus manos, puedes romperme y pegarme en los pedazos que
quieras,
puedes
llevarme al cielo y también al infierno, pues ambos lugares comprenden tu
química.
Así
es, me declaro fielmente entregada a un imposible,
aún
te recuerdo tanto, siempre...
Sea
lo que fuera, ese efímero espacio de tiempo duele tanto,
y
parece que apenas hubiera sido ayer.
Creo,
de igual manera, que todo pudo haber sido mejor,
y
que este insomnio bien podría estar ocurriendo ahora mismo, en tu cama.
Pero
aún no he aprendido a dejar ir esa parte tuya que dejaste en mí.
Y
acepto y concluyo, que lo que pasó fue mi culpa, pero jamás mi intención.
Que
me disculpo por lo ocurrido.
Y
que hubiera preferido haber dicho adiós, antes de dejarte ir.
Pensaré
fielmente que me lees, para poder seguir escribiéndote,
aunque
sea así de terrible como se escucha.