Son las
2:00 a.m. Todos duermen, me lo dice la rutina del silencio madrugador.
Un camión
acelera para incorporarse a la carretera. Un silbido se escucha, quizás sea el
viento. De igual manera no tengo tiempo de averiguarlo.
Mi tiempo
es para llorar.
Llorar
quizás hasta que amanezca.
Llorar por
el primer rayo del Sol o por el día nublado, depende del clima.
Él dejó un
vacio. Y no es de esos vacios que puedan llenarse o reemplazarse. Es más bien
del tipo que duele. Ese vacío que grita por dentro, de lo lleno que está. El
que carcome las entrañas y sube de a poco a la garganta, rasgando internamente
lo que encuentre, llevándose consigo el corazón envuelto en dolor.
La migraña
vuelve, hacía tiempo que no
coincidíamos.
Son las
5:45 a.m, al fin amanece, y está nublado.

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