-¿Crees en fantasmas? Preguntó después de minutos de silencio, cuando ella sorbía un trago de té.
-Suelo creer en factores tan abstractos la mayoría de las veces: política, cuadros surrealistas, bondad... Otras veces me cuesta creer en fantasmas o el amor, por ejemplo.
El té se había terminado, pidieron un expreso, cuando lo trajeron el cielo comenzaba a ponerse gris, otra vez todo era silencio. Cuando un relámpago iluminó la mitad del rostro de él, ella notó el tono pálido de su piel; él sujetó su mano y sugirió refugiarse en otro lugar. Ella accedió y propuso acogerse en su casa; la de ella; que estaba a unas cuantas calles del pequeño bar.
En el insomnio contaron cosas irrelevantes del pasado, la cantidad de novios (as), el nombre de los amigos, el número de habitantes de la familia, etcétera. Después de un rato salieron a la terraza, ella algo cansada se sentó y contó las estrellas, cuando el viejo truco de contar hasta quedarse dormido parecía funcionar, él volvió a preguntar.
-¿Crees en fantasmas?
Y ella sin pensarlo demasiado respondió
-Antes de ti, no quería creer en el amor, de una manera tan extraña, estoy convencida de que contigo puedo creer en la eternidad, en los fantasmas y en el amor también. ¿Por qué ha sido la única pregunta qué me has hecho?
-Porque yo soy un fantasma.
Besó su frente y desapareció. Ella durmió a la cuenta de 1542 estrellas, con la satisfacción de creer en cosas, fantasmas y amor, por ejemplo.